Sobre la brevedad del amor

Hoy me ha salido mi primera fístula. Me costó trabajo encontrarla entre tanto pelo, pero ahí estaba, pequeña y brillante de pus. Tuve que sentarme en el lavabo de espaldas al espejo, agachar el torso, abrir mis nalgas con una mano y con la otra apartar los pelos que tenía enredados alrededor del ano, que tenían algunas bolitas de heces pegadas, para verla. Intenté explotarla, como hago con esos granos tan grandes que me salen en la espalda, pero como tengo los brazos cortos, en ese estado de tensión abdominal se me escapó una húmeda ventosidad que llenó el espejo y el lavabo de un caldillo verdoso no muy agradable. Limpié el espejo con la toalla, y la tiré al suelo, pero al verla manchada me entraron ganas de devolver, así que para no manchar el WC, lo hice en la misma toalla. Mientras intentaba vomitar toda la bilis que me quedaba en el estómago, me entretuve contando los trozos de zanahoria y chorizo aún por digerir que ya estaban en la toalla, y pensé que sería una pena tirarlo. Así que mientras aún respiraba agitadamente por el esfuerzo, me senté en el suelo, que como estaba fresquito me alivió el dolor de mi fístula. Cogí la toalla, la retorcí exprimiendo el jugo en el orinal, y la volví a extender. Ese jugo resultó un poco agrio por la bilis, pero curiosamente excitante y sabroso. Miré la zurrapa tan sustanciosa que quedaba, ya seca, en la toalla, y me la fui comiendo, rascando a veces con las uñas para extraer todo el chorizo incrustado entre las fibras.

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